La tarea de redefinir el Estado, no sólo en sus tamaños sino sobre todo en sus formas, se encuentra hoy casi monopolizada, de un lado, por la corriente neoliberal, cuya ideología parece reducirlo a la escala del Ministerio, de Gobierno y a las funciones del juez de línea limitado a señalar los fuera de juego; y por otro lado, por el mismo Estado, que por su exceso de candidez, de perfidia considera que una real transformación puede realizarse por una suerte de partogénesis. Una redefinición del Estado no es competencia del Estado y mucho menos de un gobierno; concierne a todos sus aparatos, a sus periferias, tanto como a todos los otros sectores de la sociedad nacional. Se ha querido desbrozar algunas sendas para la discusión de una problemática ausente en la pasada década de la crisis, pero que parece ir ocupando una centralidad cada vez mayor en el transcurso de los años 90.