Los radicales cambios que se dieran a partir de los años setenta en la economía política mundial, en las concepciones teóricas de la economía internacional y en la propia realidad ecuatoriana deberían llevar a una reconsideración radical de nuestra concepción e instrumentación de las políticas exteriores.
Una adecuada estrategia doméstica de acumulación ha sido y sigue siendo la mejor forma de acceder dinámicamente a los beneficios que pueden derivar del comercio internacional. En ese entendido, paradójicamente, la mejor política de inserción externa de una economía es la que contempla y acomete medidas y transformaciones profundas -más allá de las propiamente económicas-, dirigidas privilegiadamente al desarrollo interno de sus estructuras productivas, sociales e institucionales.