Pensar las relaciones y estrechas correspondencias entre conflicto y democracia es un imperativo ineludible para profundizar el mismo hecho democrático, y despejar todas sus potencialidades y riesgos políticos. Ya que si el conflicto es tan constitutivo de la democracia e inherente a todo proceso democratizador, no cabe excluir el tratamiento de los márgenes del conflicto, cuando este se transforma en violencia o se criminaliza delincuencialmente, limitando tanto como amenazando la misma democracia.
Por su parte, la democracia debe garantizar el conflicto, pues en la medida que éste por cualquier razón se atrofia o es sofocado y reprimido, la democracia como acción política, forma de gobierno y juego de poder, se deslegitima. El decline de la conflictividad puede ser achacado tanto a una despolitización de la misma democracia como a su transformación autoritaria o a un ejercicio de dominación de unas fuerzas sociales sobre otras.