Señalado y magnificado, en la década final del siglo pasado, el ejemplo argentino aparece como un espejo roto, trizado, aquejado por malestares y rupturas que van más allá de la publicitada “crisis” de la economía, en tanto devela la fragilidad de los estados nacionales en “tiempos de globalización”, el carácter de restringido de las democracias existentes en América Latina, limitadas a las elecciones y el derecho al voto, incapaces de procesar y producir en la población “sentido de comunidad”, a cambio del cual el estado se compromete a un estricto cumplimiento de sus derechos.